martes, 31 de marzo de 2009

Un mensaje de esperanza

Hoy 31 de marzo de 2009, ha fallecido Raúl Ricardo Alfonsín, ex presidente, líder de la reinstauración de la Democracia en la República Argentina; por ello, y debido al espíritu demócrata que se encuentra en las bases de creación de este blog, me tomo licencia para escribir estas líneas.

Raúl Ricardo Alfonsín hombre de derecho, amante de la paz y gestor de la justicia, el Estado Argentino está de luto.... Ahora, seguramente, quienes te dieron la espalda en los momentos más críticos del proceso democrático novarán sus pensamientos en una intentona de lavar sus conciencias, los indiferentes intentarán resignificar tu nombre, los oportunistas lucrarán sacando provecho y ventajas de todo tipo, la Nación Argentina y, seguramente, muchos hombres y mujeres de toda América, te recordarán por siempre, más allá de los aciertos o desaciertos, por tus convicciones y valores cívicos. Desde lo personal, me quedo con un mensaje de esperanza y con el sueño de que un mundo mejor siempre es posible....

"Hay motivos, por cierto, para celebrar estos primeros veinticinco años de democracia de los argentinos.

Por la vigencia sin interrupciones de los derechos y las libertades ciudadanas y la estabilidad del régimen constitucional, con la renovación periódica de los mandatos de los representantes y gobernantes a través del ejercicio de la soberanía popular expresada en las urnas.

Por el ejercicio activo de estas libertades y derechos. Por el pluralismo extendido en las instituciones representativas de la República. Por la libertad de prensa, que generó una irreversible instalación de la opinión pública como fuerza social incuestionable. Por el fin de la impunidad para los terribles crímenes y violaciones a los derechos humanos cometidos en el pasado.

Por el empeño y la convicción con el que, aún en las situaciones más duras, la gente alzó su voz, salió a la calle y se movilizó pacíficamente para defender sus derechos y su dignidad. Hemos ido, en síntesis, asentando los cimientos y delineando la arquitectura de nuestra convivencia buscando dejar atrás décadas de atropellos, autoritarismos, antagonismos irreductibles y frustraciones. Y no lo hicimos tan mal.

Hay motivos, entonces, para celebrar. Pero también hay razones suficientes para asumir un genuino y necesario inconformismo y evaluar con mirada crítica la realidad de la democracia que tenemos. Por las promesas incumplidas; las demandas sin respuesta, los problemas no resueltos y tantas necesidades que siguen postergadas o fenómenos que adquirieron ominosas características: las desigualdades y exclusiones sociales, la inseguridad en sus distintas formas, la marginalidad y la corrupción.

Lo que más que nada hay que comprender es que es absolutamente necesario transformar esa insatisfacción –y hasta frustración– y esa crítica en una nueva disponibilidad compartida para emprender juntos las tareas que nos esperan y que les esperan, fundamentalmente a los jóvenes que, estoy seguro, lograrán construir la Argentina de nuestros sueños.

Debemos entender definitivamente que democracia es vigencia de la libertad y los derechos, pero también la búsqueda pertinaz de la igualdad y la distribución equitativa de la riqueza, los beneficios y las cargas sociales. Tenemos una democracia real, tangible, pero insuficiente e incompleta: es una democracia que no ha cumplido aún con algunos de sus principios fundamentales, que no ha construido aún un piso sólido que albergue e incluya a los desamparados y excluidos. Y no ha podido, tampoco, construir puentes que atraviesen la dramática fractura social provocada por la aplicación e imposición de modelos socioeconómicos regresivos.

Como dije, esta convicción viene acompañada de una invitación y un deseo esperanzado. Propongo que todos lo intentemos, con la cabeza y el corazón en el presente y la mirada hacia el futuro. Porque los argentinos hemos vivido demasiado tiempo discutiendo para atrás. Y son enormes los desafíos que nos esperan para adelante. Lo que nos obliga a comprender que existen principios y valores que siempre deben quedar fuera de cualquier competencia electoral y disputa política.

Debemos dejar de lado la añoranza, la resignación, las imputaciones recíprocas sobre responsabilidades del pasado, y reencontrarnos con una inteligente y decidida voluntad de lucha para edificar y proteger una República Democrática que debe dar sentidos de identidad a nuestro país y a todos sus habitantes.

La República Democrática que debemos construir y proteger se define por ser un Estado Soberano, un Estado de Derecho que respeta la división de poderes; que protege a los hombres y mujeres que habitan esta tierra; que garantiza la alternancia; un gobierno republicano y democrático debe tener en cuenta la diversidad y pluralidad propia de una sociedad moderna, debe reconocer y trabajar sobre las condiciones que generan y profundizan las desigualdades y exclusiones. Si niega la diversidad pervierte autoritariamente a la democracia; si niega o especula mezquinamente con la existencia de desigualdades, exclusiones e injusticias, se queda sólo con la cáscara democrática de las instituciones.

No se trata de convocatorias a la conservación ni a la restauración. Tampoco de apelar a la emoción simple y llana, llámese quimera o miedo. Por el contrario, se trata de impulsar cambios y transformaciones económicas y sociales sin repetir esquemas o enfrentamientos anacrónicos. Para ello es necesario garantizar la libre discusión y oposición, la tolerancia de las diversas ideas, el rechazo a los procedimientos violentos de la acción política, el respeto a los derechos humanos y el reconocimiento de una ética cívica compartida. Y es necesario fortalecer a los partidos políticos, que expresen esa diversidad y al mismo tiempo tengan la fortaleza para defender y respetar de manera genuina los valores e intereses que los animan.

Se ha dicho con razón que una democracia con características socialdemócratas puede extenderse en América latina abandonando el criterio de que es necesario destruir todo para empezar de nuevo. Similarmente, decía en el discurso del Obelisco, en aquel cierre de campaña multitudinario de octubre del ’83: “No se puede lograr que una nación crezca y se desarrolle cuando a través de la prepotencia y la violencia destruimos un día lo que hemos hecho el día anterior”. Hoy, a 25 años de aquella gesta popular, debemos reafirmar esta suerte de profesión de fe democrática que debe formar parte definitiva del patrimonio político nacional.

Las mujeres y hombres de nuestra patria, que trabajan, viven, sufren y sueñan en ella, quieren y necesitan ver esa democracia más de cerca, encarnada en sus experiencias de cada día, en la calidad material y espiritual de sus vidas, en sus relaciones cara a cara con los demás, en el trabajo y en el reposo; en la plaza pública, en la inmediatez de la calle que día a día recorren, del barrio que los alberga, en la cotidiana y a menudo olvidada vivencia de lo cercano y lo familiar y también en las nuevas formas de comunicación que nos ofrecen las nuevas tecnologías. Y, sobre todo, entender que la única manera de romper la cadena generacional de la pobreza es a través de la educación.

Somos un pueblo con experiencia. Sabemos que hay caminos que nos alejan de la democracia y hay otros que la vacían de contenido y la anquilosan. También sabemos que vivir en una república es lo mejor que hemos hecho los argentinos y que sólo siendo conscientes de esa certidumbre es como podremos generar las capacidades que nos permitan superar el atraso, asegurar la libertad, alcanzar la auténtica igualdad de derechos y oportunidades y consolidar la nación argentina en la gran patria sudamericana.

Es la sociedad argentina, más allá de los gobiernos y de la mayor o menor fortuna y virtud de sus gobernantes, la protagonista y la depositaria de esta tarea de construcción permanente e inacabada de un orden político de libertades e igualdades perdurables y sustentables.

Y en esa sociedad nuestra, están los jóvenes con miles de problemas, que no pueden ser llevados a equivocaciones catastróficas. Este es, por eso, también un mensaje esperanzado a las jóvenes generaciones, que son quienes deben sacudir el cinismo, el desencanto y la inercia de repetición de las viejas antinomias y comportamientos obsoletos. Necesitaremos esa fuerza y esa voluntad, como hace 25 años la movilizamos para salir del autoritarismo y la dictadura, para construir y desarrollar la República Democrática. Para nosotros, para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos. La tarea está en vuestras manos".

Discurso emitido por Raúl R. Alfonsín en el acto de conmemoración por los 25 años de la Democracia Argentina.

(12 de marzo de 1927 / 31 de marzo de 2009)